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Una tarde de bondage urbano con el maestro de las cuerdas

“Usted la última vez me dejó muy caliente”, le dice Gozo Vital a su modelo, Miss Emma, y sin tapujo le quita el brasier, le masajea los pezones y comienza a tocarla entre sus piernas. Lo hace enfrente de todos los que estamos en el jacuzzi de la Corporación BDSM Colombia, un lugar que para ellos fomenta el pleno disfrute de la sexualidad, sin ningún tipo de coerción, segregación, discriminación o violencia.

Después subimos a la terraza, el lugar elegido para la toma bondage y que está apenas en construcción: huele a pintura fresca y la estructura, montada a base de guaduas, es perfecta para una nueva sesión urbana de este arte erótico a cargo de Gozo Vital, el maestro de las cuerdas. Ya lo ha hecho con más de 500 personas.  

A sus 53 años todavía se ve como un tipo fornido. Fue boy scout y allí aprendió a hacer algunos de los nudos que usa en el bondage, un término francés que significa esclavitud, y cuya práctica consiste en someter el cuerpo a dolor a través de las atadura de nudos, que bien pueden ser navales o de escalada.

No ha tenido problema en describirse en otras ocasiones cómo lo ve mucha gente: un pervertido recalcitrado y viejo. En Facebook, que lo acaba de desbloquear después de tenerlo bloqueado durante dos meses por considerarlo obsceno, es posible encontrarlo como Vital Gozo y mantiene una pelea constante con los denunciantes de sus fotos.

“Gracias a mis queridos denunciantes por hacer mis fotos más populares, he aprendido a manejar la doble moral de las redes sociales. Van 20 imágenes denunciadas y ninguna ha sido borrada. Sigue intentándolo…”, les lanza.

Hace siete años practica el bondage, desde que lo liberaran de “la prisión del hogar”, que fue cuando decidió dejar atrás su vida matrimonial y se dedicó al mundo swinger. Y lo uno llevó a lo otro, del swinger al bondage.

“Atar a una persona y llenarla de nudos es lindo, pero lo más lindo es cuando te pide que lo sueltes y en un solo acto quede liberado. Ese es el arte del bondage: que sea vea mucha parafernalia pero que realmente sea un acto de magia libertaria”, afirma.

Su primera experiencia con las cuerdas fue a los 12 años: tiró una cuerda por la ventana de su cuarto, en el segundo piso de la casa y sin tener ningún conocimiento previo de cómo manipularlas. Los papás lo habían castigado y se quería volar. Después empezó a usar las cuerdas para practicar deportes extremos como rafting, canotaje y escalada.

Usa cuerdas de cáñamo, nylon, arroz, yute, fique o tripa de pollo. Cada una tiene un aspecto, roce y olor diferentes. No prefiere ninguna por encima de la otra; todo depende de a quién vaya a anclar y cuál sea su interés con ese anclaje.

Los nudos son los protagonistas del bondage, y existen dos modalidades de atar las cuerdas: shibari, cuando se hace con fines estéticos y kinbaku, cuando el fin es puramente funcional. “Los nudos se ven mucho más estéticos en un cuerpo sin ropa y toca practicarlos mucho, se olvidan muy fácil. El único nudo que no se olvida es el de amarrarse los zapatos porque se practica todos los días”, dice.

Su experiencia más terrorífica atando a un sumiso fue con un hombre afrodescendiente. Lo recuerda como un tipo grande y corpulento que al primer nudo empezó a sentirse adolorido. “Lo forcé más de lo que podía resistir su capacidad mental y física y no aguantó”, recuerda.

Le gritaba que lo soltara porque el tipo estaba desesperado y sus alaridos alertaron a las personas que estaban a su alrededor. Tuvo que liberarlo por una crisis de pánico que sufrió el sometido.

​Siempre lleva su kit personal: un maletín en el que tiene 200 metros de cuerda, y donde también carga vibradores y geles para estimular a sus sometidos una vez están colgados. Esta vez siente que le va a hacer falta más fique para la totalidad de nudos con los que pretende amarrar a Miss Emma.

Hace tres años hace tomas bondage urbanas en Medellín -donde vive- y Bogotá. Lo hace para generar opinión pública. “Me gusta cuando llega la policía y se topa con lo que estamos haciendo”, dice.

No le gusta pedir autorizaciones en las ciudades para atar a las personas. “Una autorización hace que lo que hago pierda sentido. Me he enfrentado a la policía y al final entienden que es una práctica consensuada”, afirma.

Con las modelos que se prestan para las tomas bondage se hace un acuerdo en el que les explica en qué consiste la actividad con cuerdas. “Si ella dice que no la puedo tocar se cae el acuerdo; para echar una cuerda en el cuerpo la tengo que tocar… Después les pregunto si las puedo lamer, besar, chupar…”

También les pregunta si les puede meter y ahí se le asustan. “Me preguntan: ‘¿meter qué? ¿en dónde? ¿por cuánto tiempo?’. En ese momento se llega a otros acuerdos subsecuentes del juego”, explica.

Para dar a conocer su arte –lleno de erotismo- realiza talleres en Medellín, adonde llegan hasta 15 por sesión con todo tipo de parafilias, principalmente merintofilia, que es sentir placer por medio de la inmovilización con cuerdas.

“Siempre llegar atados a sus principios, cuando se cuelgan a la cuerdas de Gozo Vital se liberan de prejuicios, estereotipos y esquemas sociales”, reflexiona.

Está empezando a practicar el Cock and Ball Torture (CBT), que consiste, como su nombre en inglés lo indica, en la tortura del pene y los testículos. “Tenerlos amarrados es increíble porque hay un estancamiento de la sangre y de los conductos que no te permite sacar el líquido seminal hasta que se libere el paso”.

“No hay nada más deseable para un sádico que le digan ‘no más’. Yo lo entiendo perfectamente, me gusta transgredir”, dice. Pero no solo eso, para él, presenciar su propio acto es estimulante. “Ver a mi sometido me excita, me hace sentir una sensación muy chimba. Es como una relación sexual sin genitales”, explica.

Terminando la tarde, con Miss Emma totalmente sometida, una vecina se asoma, y con la mano en la cara, se queda estupefacta ante la imagen que ofrece la terraza: Gozo Vital no pudo resistirse a empezar a penetrar a la modelo. Ella ríe, él ríe. La vecina, sin quitarse la mano de la boca, aterrada, mete la cabeza, cierra la ventana y no puede continuar presenciando el espectáculo de bondage.

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